Yo viajo todos los días en tren a través del "loop" de Chicago. Este el lugar perfecto para ir mirando a la gente. Recientemente, mientras estaba en una acera, de pronto, en medio de la multitud, una mujer que parecía un poco cansada y despeinada iba empujando el cochecito con su hijo. Detrás de mí estaban dos mujeres que iban vestidas muy elegantes y de prisa. La mujer con el cochecito preguntaba a la multitud que pasaba por allí: ¿Puede ayudarme con alguna propina para mi comida? Esta es una pregunta que he oído con frecuencia en el centro. Sentí una tristeza inmensa y una culpa. A menudo, no estoy segura de cómo responder. Las mujeres detrás de mí continuaron su paso y empezaron a comentar: "¡Qué horrible madre!, ¡Por supuesto que no voy a ayudarla!, ¿Por qué querría darle mi dinero?". Esos comentarios dolían aún más, que ver a esta pobre madre e hijo sufrir.
En la Primera Carta a los Corintios, San Pablo escribe: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. . . . Si una parte sufre, todas las partes sufren con ella; si una parte es honrada, todas las partes comparten su alegría”. La madre y su bebé, las mujeres detrás de mí y todos aquellos que forman parte de mi comunidad de amigos y familiares son de un solo cuerpo.
Como se dice en Lumen Gentium: “Al comunicar su Espíritu, Cristo hizo a sus hermanos, convocó de todas las naciones, místicamente, los componentes de su propio Cuerpo. En ese Cuerpo, la vida de Cristo se derrama en los creyentes que, a través de los sacramentos, están unidos de manera oculta y real a Cristo que sufrió y fue glorificado”. Vivimos uno con Cristo y entre nosotros, incluso en medio de la pobreza, injusticia y desorden que experimentamos.
Esta carta de Pablo a la Iglesia primitiva profundiza su comprensión del Cuerpo de Cristo y su composición física. Cada persona tiene una función dentro de ella que trabaja junto con los demás miembros y promueve el bien común. Como señala el Catecismo de la Iglesia Católica: “La unidad del Cuerpo Místico produce y estimula la caridad entre los fieles”. A menudo caigo en la tentación de apartarme de un grupo que pareciera ser más santo que yo o que está más involucrado en su comunidad. Incluso tiendo a excluirme de la comunidad de peatones que caminan por la acera. Me olvido que formamos el Cuerpo de Cristo y que si otros sufren, sufro. Si otros se alegran, me regocijo. También comparto una parte de mí misma con cada uno de ellos. Uno de mis mentores dijo una vez: “Nuestro objetivo es siempre conectar. Incluso si es incómodo, estamos hechos para la relación”. Como cristiana, estoy llamada a relacionarme y a conectarme con todos aquellos que me rodean.
La encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, también describe el significado de ser parte del Cuerpo Místico de Cristo. “Cada uno de los miembros de la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo, si es auténtico, está íntegramente unido en alma y esperanzadamente en corazón, por la Encarnación, por el Espíritu, con Jesús, Hijo de Dios, Humano”, escribió Mons. Owen F. Campion. Estamos unidos en alma y corazón debido al sacrificio físico y espiritual de Cristo como el Hijo de Dios. Nos volvemos íntegros en él y en relación con los demás. Como miembros de la Iglesia, estamos llamados a ser una familia que ama y cuida a otros, incluso a los que están fuera de nuestras comunidades.
En todas las circunstancias, el Cuerpo de Cristo me conduce a una vida más santa. Cuando tengo dudas, mi comunidad de fe me permite crecer. Cuando estoy abrumada, otros encenderán el fuego de la fe dentro de mí. Experimento plenamente la alegría cuando la experimento con otros y comparto la Buena Nueva y el amor de Jesús. Podría hacer esto de manera diferente a como lo hace una mano entrenada para proveer, o un orador con una lengua dotada, pero uso mis dones como miembro del Cuerpo de Cristo. Estamos llamados a tomar parte de esta comunidad a través de nuestra identidad única con autenticidad.
Aquel día, hice una pausa en mi viaje debido a esta experiencia mística de la comunidad. Fui testigo del dolor de la pobre madre y de su hijo en la acera de Chicago y de la dureza de la respuesta de las dos mujeres que caminaban cerca de mí. Me he vuelto más consciente de esta verdad en las heridas y emociones desafiantes que experimenté. Siento dolor porque estoy conectada con todas las personas de alguna manera. Por el contrario, puedo sentir alegría si hago pequeñas elecciones para edificar el Cuerpo de Cristo. San Pablo describe esto para nosotros, y lo oímos en las palabras de Santa Teresa de Ávila: “Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos, tú eres su cuerpo. Cristo no tiene cuerpo ahora en la tierra, excepto el tuyo”. Debemos prestar atención cómo lo haría Jesús, y amar nuestro cuerpo físico y místico.
Preguntas para la reflexión: ¿Qué dones únicos puedo compartir con otros como miembro del Cuerpo de Cristo? ¿Cómo puedo ser más consciente de las comunidades en las que vivo?
Escribe: Sophie Lorenzo, quien trabaja en marketing de medios sociales para una editorial católica en Chicago. Alumna del Programa Echo de la Universidad de Notre Dame, disfruta de su experiencia en teología con el ministerio en línea.