Las lecturas pocos días antes del miércoles de cenizas no nos hablan de lograr metas espirituales ambiciosas. Más bien, las lecturas nos invitan a crecer y dar frutos. La primera lectura introduce el tema al describir cómo “El fruto muestra cómo ha sido el cultivo de un árbol” (Sirácides 27:6). Del mismo modo, en el Evangelio, Jesús nos recuerda que “Cada árbol se conoce por sus frutos” (Lucas 6:44-45).
Este enfoque en los frutos se encuentra en varios pasajes de las Sagradas Escrituras. En el Evangelio de Juan, Jesús les encarga a sus discípulos “que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca” (Juan 15:16). El Papa Francisco describe como los discípulos misioneros se conocen por el fruto que dan. Describe a la Iglesia como una comunidad evangelizadora que “siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda”. La descripción del Papa Francisco también nos puede guiar en nuestra jornada durante la temporada de cuaresma: “Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados” (Evangelii Gaudium, 24).
¿Qué tal si en vez de quejarme o alarmar por cómo he fallado con lo que resolví para la Cuaresma, reflexionara sobre cómo puedo aprovechar para que esta Cuaresma sea una temporada de crecimiento y fruto que permanece? Cambiar nuestro enfoque y dirigir nuestra atención al fruto que Dios quiere que den nuestras vidas nos abre a nuevas posibilidades. Nos recuerda que la cuaresma no se trata de lograr algo por nuestros propios méritos. Mas bien hay que dirigir la mirada hacia el Señor, el sembrador, quien dispersa la semilla generosamente y da vida nueva. Podar todo lo que no es saludable es una parte importante del crecimiento, sin embargo, no hay que enfocarnos en lo que dejamos atrás. Cuando intentamos reconocer los buenos frutos que Dios está produciendo, mantenemos una perspectiva mucho más saludable. Así, la Cuaresma realmente puede prepararnos para la vida nueva que celebramos de una manera especial durante la temporada de Pascua.
Los sacrificios cuaresmales son una práctica buena, pero debemos tener cuidado de no perder de vista su por qué. No se trata de renunciar a algo como si ese fuera el fin en sí mismo. Renunciar a los dulces o poner límites al tiempo que pasamos viendo televisión no se trata simplemente de un ejercicio de fuerza de voluntad. Su propósito es abrirnos algo más. En lugar de verlos como un “no” a algo, podemos verlos como un “sí” al cuidado de nuestro bienestar, un “sí” a más tiempo para la oración y conversación con amigos y familiares. Estos son los frutos duraderos hacia los que se destinan tales disciplinas.
Al continuar nuestra jornada cuaresmal, reflexionemos sobre ¿Qué tipo de fruto están produciendo mis elecciones? ¿Cómo puedo cooperar con la gracia de Dios para dar fruto en abundancia? Al intentar hacer esto, no hay que perder la paz por la cizaña que surge y amenaza nuestras buenas intenciones. No hay que tener reacciones quejosas ni alarmistas cuando tropecemos. Mas bien, dejemos que la gracia de Dios obre en nosotros y nos renueve para que podamos dar frutos que permanecerán, por grandes o pequeñas que sean.
Fátima Monterrubio Cruess es la Coordinadora de Recursos del Centro de Apostolado Católico. Ayuda en la creación y el uso del contenido y los recursos del Centro tanto en inglés como en español.