Es fácil olvidar la solemnidad de San José con los rigores de las celebraciones de Cuaresma o porque viene justo después de la fiesta de un día que parece suceder todos los años, el día de San Patricio. Quizás casi siempre pasamos por alto esta fiesta porque sabemos muy poco acerca de quién era San José y cómo era su vida. Sin embargo, San José sigue siendo una figura increíblemente importante, especialmente para los padres de familia.
José se menciona solo unas pocas veces en el Nuevo Testamento. Sabemos por los Evangelios que José era un hombre justo y respetuoso de la ley, y que obedeció la voluntad de Dios, especialmente cuando se lo reveló directamente un ángel. Después de estas pocas menciones en las narraciones de la infancia de Jesús, San José se desvanece y luego desaparece por completo de los Evangelios. Pero la Iglesia en su sabiduría ha hecho clara la importancia de San José para los que están prestando atención: se menciona en las cuatro oraciones eucarísticas en la misa, así como en las alabanzas divinas durante la bendición al final de la adoración eucarística.
Pero ¿qué hace que San José sea tan especial? De lo que podemos deducir de los Evangelios, San José fue un hombre ordinario de fe profunda que fue llamado a convertirse en el padre adoptivo de Cristo. Se convirtió en el guardián terrenal del Mesías, responsable de su educación y encargado de protegerlo en sus primeros años de vida. El compromiso de San José con su vocación como el esposo de María y el padre adoptivo de Cristo fue tan fuerte que al ser advertido acerca de las intenciones asesinas del rey Herodes, huyó de inmediato - ¡en la mitad de la noche! - a Egipto. Hizo lo que fuera necesario, incluso dejando atrás toda su vida, para mantener a salvo a su familia. Lo poco que vemos de él en el Nuevo Testamento nos muestra a un hombre devoto que siempre confió en Dios y se hizo cargo de su familia.
San José, como el tercer miembro de la Sagrada Familia, es el miembro que más nos gusta, especialmente aquellos de nosotros que somos padres. Él no nació sin pecado, ni era divino. Era un carpintero, un hombre humilde que probablemente sentía que tenía una tarea monumentalmente importante. Creo que el papel de San José en la vida de Cristo muestra bellamente el papel de un padre cristiano en la vida de su hijo. Los padres son personas comunes que tienen la tarea de cuidar y criar una nueva vida. Al igual que José, no somos dueños de nuestros hijos ni tenemos un solo derecho sobre ellos; son confiados a nuestro cuidado y guía hasta que crezcan lo suficiente como para hacer la voluntad de Dios sin nuestra ayuda. Es una tarea difícil, y en ocasiones abrumadora de reflexionar. Y, sin embargo, está San José, a quien se le encomendó criar al mismísimo Hijo de Dios. José nos muestra que no necesitamos ser perfectos en nuestros roles, solo dispuestos a ser guiados por Dios mientras depositamos nuestra confianza en él.
Así como me esfuerzo por ser como María en mi vocación de esposa y madre, ruego que mi esposo sea como José. San José es el último esposo y padre, un hombre fiel de fuerza silenciosa, protector de la virginidad de María y guía de la infancia terrenal de Cristo. Sobre todo, San José nos muestra la belleza de una vida vivida en obediencia a la voluntad de Dios.
Preguntas para la reflexión: ¿Cómo puedes acercarte más a San José a lo largo de esta temporada cuaresmal? ¿Qué puedes aprender del ejemplo de la obediencia y la confianza de San José?
Helena Romano es la Asociada Editora del Centro de Apostolado Católico.