Venezuela, como sabemos, es uno de los países más ricos en recursos naturales en el mundo, bendecido con petróleo, oro, y muchos otros minerales preciosos. En los años 60 fue uno de los países más ricos de Sudamérica, teniendo un alto nivel de vida, hoy en día todo es diferente.
Un dólar equivale a 30 mil bolívares. El salario mensual de un trabajador es de alrededor de 5 dólares, un médico me dijo que él gana 20 por mes, si es que le pagan. Imaginen la situación de un obrero común.
Millones de venezolanos migran hacia diferentes países. Si es posible, los hombres y mujeres sanos escapan del país, abandonando a sus padres y abuelos. La gente muere no porque no se pueda curar sino por la falta de medicina que no está disponible o porque la gente en su pobreza no puede adquirirla.
Una mujer que encontré estaba sufriendo de cáncer de piel y problemas del corazón; ella no puede hacer nada. Esta es una historia real, solo imaginen su dolor.
Debido a la falta de dinero o de transporte, niños y maestros no pueden llegar a las escuelas. Hay muchos más ejemplos para contar, pero mi intención no es presentar una mala imagen de este país.
Paradójicamente, al margen de estas dificultades, encontré gente muy afectuosa y feliz. Encontré muchos grupos en parroquias y en todos escuché sus dificultades y sus pedidos de ayuda. La gente era maravillosa y me sentí tocado por ellos.
A través de Caritas de Polonia y de ayuda local, nuestras parroquias están organizando comedores y otro tipo de actividades caritativas con la gente de las comunidades. Como una pequeña contribución de Somos Misión, yo personalmente distribuí comida en una de nuestras parroquias y realmente fue una experiencia tocante.
El Papa Francisco nos habla mucho sobre los pobres, los inmigrantes y sobre la cultura de la indiferencia. A veces hay gente que se pregunta, ¿por qué el Papa insiste en hablar tanto sobre los pobres?
La pregunta que justamente nos coloca en su homilía es: “¿tengo yo algún amigo pobre?”
¿Como cristianos tenemos la experiencia de estar cara a cara con la pobreza o somos solamente expertos en hablar de ella, limitándonos a palabras y no experimentando esta dura y oscura realidad de nuestra existencia? Una vez más, como escribe el Santo Padre nuevamente “dejemos a un lado las estadísticas: los pobres no son estadísticas para ser mencionadas. Los pobres son personas para ir a su encuentro: los hay solos, jóvenes y viejos, para ser invitados a nuestras mesas, hombres, mujeres y niños que buscan una palabra amiga”.
Aquellos que vivieron la Segunda Guerra Mundial en Europa saben lo que fue antes y después, sobrevivir a esa realidad. Hoy, sus nietos ni quieren leer sobre ese pasado. Una cosa es hablar de pobreza y otra es experimentarla.
Cuando Venezuela- un país muy bendecido por Dios, con toda la riqueza como para vivir dignamente- es rebajado a vivir en un nivel de deshumanidad por falla del propio ser humano, ¿podemos ser indiferentes pensando que es solo problema de ellos? Es lo mismo que decir que el problema de la Amazonía es un problema de solo unos pocos países de la región, de los que viven allí, ¡pero sin la Amazonía el resto de nosotros estaríamos sin aliento porque todos necesitamos de oxígeno para vivir!
Cuando una familia con niños se despierta a la mañana sin comida y sin dinero para comprarla, ¿cómo podrán hacer los padres para controlar el llanto de sus hijos?
Cuando tantos en el mundo están preocupados por sus problemas de salud a causa de la sobrealimentación, teniendo que contar las calorías consumidas en sus comidas y debiendo caminar por horas para quemarlas, es absurdo y paradójico que millones en el mundo estén muriendo por hambre. Esta es la triste realidad que nos hace sentir mal.
Muchos para lavarse las manos dirán que todo esto es culpa de la corrupción o de políticas anárquicas en estos países. Esto es verdad. Las sanciones aplicadas contra estos países terminan acabando con los pobres más pobres y beneficiando a los de las clases enriquecidas, esto también es verdad. No escribo esto con la idea de resolver los problemas del mundo. Es para mostrar que los pobres son los bendecidos.
Los pobres encuentran la confianza en Yahvé cuando ya las otras fuentes de seguridad no sirven más. Son personas bendecidas con un sentido genuino de humanidad y compasión, así como la alegría evangélica está en la pobreza y la simplicidad de vida. El Señor del Universo, Maestro de nuestra historia y nuestro destino hará justicia en el final. Hasta entonces- como nos dice el evangelio del domingo - paciencia y perseverancia confiando en Él, y en la bondad de cada persona, prevalecerán. Lo bueno brota de nosotros cuando alcanzamos ese nivel. Cuanto más esfuerzo hay en destruir nuestra humanidad y dignidad como personas, la grandeza se manifestará desde el interior con la belleza y la preciosidad que nace de ser imagen y semejanza de Dios.
Al celebrar el Día mundial de los Pobres, unámonos al Santo Padre, encendamos una luz de esperanza por los que sufren en el mundo, a través de una sonrisa, de una oración, o de un dólar. Quien sabe, mañana tal vez precisemos de ellos, porque somos humanos. No es casualidad que el Hijo de Dios eligió nacer pobre para que seamos ricos en bendiciones. “Los pobres nos salvan porque tienen la capacidad de encontrar el rostro de Jesucristo”.